«Yo no podría dedicarme a esto, no dormiría por las noches». Las personas que nos dedicamos al sector social cada cierto tiempo oímos esta frase cuando hablamos de trabajo con otra gente.
Y cierto es que en nuestro día a día, a menudo nos encontramos con situaciones de vulnerabilidad graves. En nuestro caso, al trabajar con infancia y jóvenes, nos encontramos con maltrato grave o abusos sexuales, a menudo situaciones poco visibles pero con muchos indicios que nos alertan, situaciones muy complejas en las que se mezclan afectaciones en salud mental, física o discapacidad con precariedad económica y en la vivienda, violencia de género, dinámicas familiares rocambolescas… en fin, situaciones de muy alta exposición a la vulnerabilidad.
En coordinaciones o reuniones de seguimiento acostumbramos a poner el foco en el riesgo, en aquello que no funciona, y cuando entramos en modo piloto automático por el volumen o ritmos de trabajo -o de la vida en general-, frecuentemente dirigimos la mirada hacia todas estas dificultades.
Hace poco tiempo en reuniones de seguimiento, preguntamos a diferentes personas por casos recientes de éxito, los primeros que vinieran a la cabeza. La primera respuesta tenía un punto divertido: desde abrir los ojos, cuerpo atrás y mirar con curiosidad (como si no estuviéramos acostumbrados a hacernos esta pregunta), decían que no tenemos, que con un año no ha habido tiempo (!), y después un silencio… que daba paso a la verdadera respuesta.
Estos logros conseguidos, con niños y niñas de hasta 12 años son del estilo -literalmente- “está mucho más tranquilo”, “ha pasado de ser un terremoto que lo desmontaba todo a poder sostener la actividad de teatro, ¡y le encanta!», «antes era muy tímida, y ahora tiene su lugar en el grupo” o “no sabía ni leer y ahora la tutora en la escuela está alucinada. Va al ritmo escolar que toca”.
Con adolescentes y jóvenes: «las conductas de riesgo -fiesta, sexo, drogas, peleas- han caído en picado», «está más ordenado, le van bien los estudios y gestiona mejor la frustración», «es capaz de hablar de sus emociones”.
O con familias: «la madre ahora tiene más red, está con más confianza y autoestima y todo va mucho mejor», «ya no ve a su hijo con una discapacidad como incapaz, es más cariñosa acompañando las dificultades», «hemos conseguido que madre e hija se pongan las pilas con pautas higiénicas, y enseguida hemos visto que todo alrededor mejora, las relaciones con el grupo e ¡incluso a nivel académico!” o «gracias a las coordinaciones que hemos hecho ha encontrado un piso de alquiler social y va a terapia».
Son pequeñas cosas -o más bien grandes, según cómo se mire-, que dan sentido a la labor de todas aquellas personas que nos dedicamos a la acción social. Y de vez en cuando, también debemos detenernos, echarles una mirada, reconocerlas y valorarlas como se merecen.